Adolf Abramovich Yoffe
El 14 de noviembre de 1927, el CC y la Comisión Central de Control del partido bolchevique, ya para entonces totalmente controlado por Stalin, reunidos en sesión extraordinaria, expulsaron a Trotsky y Zinoviev por considerarlos culpables de haber incurrido en incitación a manifestaciones contra-rrevolucionarias y a la insurrección. Rakovsky, Kamenev, Smilgá y Evdokimov fueron expulsados del Comité Central y Bakáiev, Muralov y otros de la Comisión Central de Control. Centenares de miembros fueron expulsados de las células del partido. Así al cabo de meses y años, en el transcurso de los cuales todas las facciones vacilaron y maniobraron, avanzaron, retrocedieron y continuaron luchando, el cisma quedó consumado.
En la noche del 7 de noviembre, adelantándose a los acontecimientos Trotsky regresó a su hogar y comunicó a su familia que debían desalojar el departamento que ocupaban en el Kremlin. Al salir del Kremlin se evitó una humillación que hubieron de sufrir los otros jefes de la Oposición: El 16 de noviembre fueron desalojados.
Pero simultáneamente otro hombre hizo su salida de manera diferente. En la noche del 16 de noviembre un disparo de revólver rompió súbitamente el silencio del Kremlin. Adolf Abramovich Yoffe se había suicidado. Le dejó una carta a Trotsky explicándole que esa era la única forma en que podía protestar contra la expulsión de Trotsky y de Zinoviev y expresar su horror ante la indiferencia con que el partido las había recibido. Yoffe había sido amigo y discípulo de Trotsky desde antes de 1910, cuando, siendo un estudiante neurótico, ayudó a Trotsky a publicar la Pravda vienesa. Con Trotsky ingreso en el partido bolchevique en 1917 y en el momento de la insurrección de Octubre era miembro del Comité Central. Blando de corazón de sonrisa y de voz, fue uno de los partidarios y organizadores más resueltos del levantamiento. Pronto llegó a ser uno de los grandes diplomáticos bolcheviques: encabezó la primera delegación a Brest-Litovsk y fue el primer embajador en Berlín; negoció el tratado de Paz con Polonia en 1921 y el pacto de amistad entre los gobiernos de Lenin y Sun Yat-Sen un año más tarde y fue embajador en Viena y Tokio. A comienzos de 1927 regreso de Tokio, gravemente enfermo de tuberculosis y polineuritis y fue nombrado segundo de Trotsky en la Comisión de Concesiones. En Moscú los médicos lo desahuciaron y le recomendaron someterse a un tratamiento en el extranjero. Trotsky intercedió por el ante el Comisario de Salubridad y el Politburó, pero el Politburó se negó a enviarlo al extranjero en razón de que el tratamiento resultaría muy caro: mil dólares. Un editor norteamericano acababa de ofrecerle a Yoffe 20,000 dólares por sus memorias, y este pidió que se le permitiera viajar pagándose sus propios gastos. Stalin le prohibió entonces publicar sus memorias, le negó el permiso para salir del país, lo privó de asistencia médica y lo hizo objelto de toda clase de vejaciones. Encamado, agobiado por el dolor, sin un centavo y deprimido por el salvajismo de los ataques a la Oposición, se metió una bala en la cabeza.
La carta que deja a Trotsky es no solo importante como documento político sino como documento humano y como declaración de moral revolucionaria.Durante toda mi vida he abrigado la convicción de que el político revolucionario debe saber cuándo hacer su salida y saber hacerla a tiempo… cuando comprende que ya no puede seguir siendo útil a la causa a la que ha servido. Hace más de treinta años que abracé la idea de que la vida humana sólo tiene sentido en la medida en que se dedica al servicio del infinito, y para nosotros el infinito es la humanidad. Trabajar con cualquier propósito finito -y todo lo demás es finito- carece de sentido.Aun cuando la vida de la humanidad llegara a un término, esto en todo caso sucedería en una época tan remota que nosotros podemos considerar a la humanidad como el infinito absoluto. Si se cree, como creo yo, en el progreso, puede suponerse que cuando llegue el momento de la desaparición de nuestro planeta, la humanidad habrá encontrado mucho antes los medio de emigrar y establecerse en otros planetas más jóvenes… así todo lo que se haya logrado en nuestro tiempo para beneficio de la humanidad sobrevivirá de algún modo en las épocas futuras; y en virtud de esto nuestra existencia adquiere el único sentido que puede poseer.
Después de expresar en sentido marxista y en espíritu ateo, el viejo anhelo de inmortalidad de los humanos, la inmortalidad de la especie humana y su genio, Yoffe prosiguió para decir que durante veintisiete años su vida había tenido pleno sentido: él había vivido para el socialismo; no había desperdiciado ni un solo día, pues aun en la prisión había aprovechado cada día para estudiar y prepararse para las luchas futuras. Pero ahora su vida había quedado desprovista de toda finalidad, y su deber era partir. La expulsión de Trotsky y el silencio con que el Partido la había acogido eran los últimos golpes. De haber gozado de buena salud, habría continuado la lucha en las filas de la Oposición.
Con la mayor modestia, invocando sus largos años de amistad y colaboración al servicio de una obra común Yoffe escribió: “Esto me da derecho a decirlo, al despedirme de usted, las que me parecen sus faltas. Yo no he dudado jamás de que el camino que usted trazaba era certero, y usted sabe bien que hace más de veinte años, desde los tiempos de la 'revolución permanente', estoy con usted. Pero siempre he pensado que a usted le faltaban aquella inflexibilidad y aquella intransigencia de Lenin. Aquel carácter del hombre que está dispuesto a seguir por el camino que se ha trazado por saber que es el único, aunque sea solo, en la seguridad de que, tarde o temprano, tendrá a su lado la mayoría y de que los demás reconocerán que estaba en lo cierto. Usted ha tenido siempre razón políticamente, desde el año 1905, y repetidas veces le dije a usted que le había oído a Lenin, con mis propios oídos, reconocer que en el año 1905 no era él, sino usted, quien tenía razón. A la hora de la muerte no se miente, por eso quiero repetírselo a usted una vez más, en esta ocasión… Pero usted ha renunciado con harta frecuencia a la razón que le asisitía, para someterse a pactos y compromisos a los que daba demasiada importancia. Y eso es un error. Repito que, políticamente, siempre ha tenido usted razón y ahora más que nunca. Ya llegará el día en que el Partido lo comprenda, y también la historia lo ha de reconocer, incuestionablemente, así. No tema usted, pues, porque alguien se apartó de su lado ni tanto menos porque muchos no acudan a hacer causa común con usted tan rápidamente como todos deseáramos. La razón está de su lado, lo repito, pero la garantía de la victoria de su causa es la intransigencia más absoluta, la rectitud más severa, el repudio más completo de toda componenda, que son las condiciones en que residió siempre el secreto de los triunfos de Ilich.
Cuando Trotsky hablo para despedir al amigo y revolucionario dijo “Yoffe nos dejó, no porque no deseara luchar sino porque carecía de la fuerza física necesaria para la lucha. Temió convertirse en una carga para quienes están enfrascados en el combate. Su vida no su suicidio, debe servir de modelo a quienes quedan tras él. La lucha continúa. ¡que todos permanezcan es su puesto!
En la noche del 7 de noviembre, adelantándose a los acontecimientos Trotsky regresó a su hogar y comunicó a su familia que debían desalojar el departamento que ocupaban en el Kremlin. Al salir del Kremlin se evitó una humillación que hubieron de sufrir los otros jefes de la Oposición: El 16 de noviembre fueron desalojados.
Pero simultáneamente otro hombre hizo su salida de manera diferente. En la noche del 16 de noviembre un disparo de revólver rompió súbitamente el silencio del Kremlin. Adolf Abramovich Yoffe se había suicidado. Le dejó una carta a Trotsky explicándole que esa era la única forma en que podía protestar contra la expulsión de Trotsky y de Zinoviev y expresar su horror ante la indiferencia con que el partido las había recibido. Yoffe había sido amigo y discípulo de Trotsky desde antes de 1910, cuando, siendo un estudiante neurótico, ayudó a Trotsky a publicar la Pravda vienesa. Con Trotsky ingreso en el partido bolchevique en 1917 y en el momento de la insurrección de Octubre era miembro del Comité Central. Blando de corazón de sonrisa y de voz, fue uno de los partidarios y organizadores más resueltos del levantamiento. Pronto llegó a ser uno de los grandes diplomáticos bolcheviques: encabezó la primera delegación a Brest-Litovsk y fue el primer embajador en Berlín; negoció el tratado de Paz con Polonia en 1921 y el pacto de amistad entre los gobiernos de Lenin y Sun Yat-Sen un año más tarde y fue embajador en Viena y Tokio. A comienzos de 1927 regreso de Tokio, gravemente enfermo de tuberculosis y polineuritis y fue nombrado segundo de Trotsky en la Comisión de Concesiones. En Moscú los médicos lo desahuciaron y le recomendaron someterse a un tratamiento en el extranjero. Trotsky intercedió por el ante el Comisario de Salubridad y el Politburó, pero el Politburó se negó a enviarlo al extranjero en razón de que el tratamiento resultaría muy caro: mil dólares. Un editor norteamericano acababa de ofrecerle a Yoffe 20,000 dólares por sus memorias, y este pidió que se le permitiera viajar pagándose sus propios gastos. Stalin le prohibió entonces publicar sus memorias, le negó el permiso para salir del país, lo privó de asistencia médica y lo hizo objelto de toda clase de vejaciones. Encamado, agobiado por el dolor, sin un centavo y deprimido por el salvajismo de los ataques a la Oposición, se metió una bala en la cabeza.
La carta que deja a Trotsky es no solo importante como documento político sino como documento humano y como declaración de moral revolucionaria.Durante toda mi vida he abrigado la convicción de que el político revolucionario debe saber cuándo hacer su salida y saber hacerla a tiempo… cuando comprende que ya no puede seguir siendo útil a la causa a la que ha servido. Hace más de treinta años que abracé la idea de que la vida humana sólo tiene sentido en la medida en que se dedica al servicio del infinito, y para nosotros el infinito es la humanidad. Trabajar con cualquier propósito finito -y todo lo demás es finito- carece de sentido.Aun cuando la vida de la humanidad llegara a un término, esto en todo caso sucedería en una época tan remota que nosotros podemos considerar a la humanidad como el infinito absoluto. Si se cree, como creo yo, en el progreso, puede suponerse que cuando llegue el momento de la desaparición de nuestro planeta, la humanidad habrá encontrado mucho antes los medio de emigrar y establecerse en otros planetas más jóvenes… así todo lo que se haya logrado en nuestro tiempo para beneficio de la humanidad sobrevivirá de algún modo en las épocas futuras; y en virtud de esto nuestra existencia adquiere el único sentido que puede poseer.
Después de expresar en sentido marxista y en espíritu ateo, el viejo anhelo de inmortalidad de los humanos, la inmortalidad de la especie humana y su genio, Yoffe prosiguió para decir que durante veintisiete años su vida había tenido pleno sentido: él había vivido para el socialismo; no había desperdiciado ni un solo día, pues aun en la prisión había aprovechado cada día para estudiar y prepararse para las luchas futuras. Pero ahora su vida había quedado desprovista de toda finalidad, y su deber era partir. La expulsión de Trotsky y el silencio con que el Partido la había acogido eran los últimos golpes. De haber gozado de buena salud, habría continuado la lucha en las filas de la Oposición.
Con la mayor modestia, invocando sus largos años de amistad y colaboración al servicio de una obra común Yoffe escribió: “Esto me da derecho a decirlo, al despedirme de usted, las que me parecen sus faltas. Yo no he dudado jamás de que el camino que usted trazaba era certero, y usted sabe bien que hace más de veinte años, desde los tiempos de la 'revolución permanente', estoy con usted. Pero siempre he pensado que a usted le faltaban aquella inflexibilidad y aquella intransigencia de Lenin. Aquel carácter del hombre que está dispuesto a seguir por el camino que se ha trazado por saber que es el único, aunque sea solo, en la seguridad de que, tarde o temprano, tendrá a su lado la mayoría y de que los demás reconocerán que estaba en lo cierto. Usted ha tenido siempre razón políticamente, desde el año 1905, y repetidas veces le dije a usted que le había oído a Lenin, con mis propios oídos, reconocer que en el año 1905 no era él, sino usted, quien tenía razón. A la hora de la muerte no se miente, por eso quiero repetírselo a usted una vez más, en esta ocasión… Pero usted ha renunciado con harta frecuencia a la razón que le asisitía, para someterse a pactos y compromisos a los que daba demasiada importancia. Y eso es un error. Repito que, políticamente, siempre ha tenido usted razón y ahora más que nunca. Ya llegará el día en que el Partido lo comprenda, y también la historia lo ha de reconocer, incuestionablemente, así. No tema usted, pues, porque alguien se apartó de su lado ni tanto menos porque muchos no acudan a hacer causa común con usted tan rápidamente como todos deseáramos. La razón está de su lado, lo repito, pero la garantía de la victoria de su causa es la intransigencia más absoluta, la rectitud más severa, el repudio más completo de toda componenda, que son las condiciones en que residió siempre el secreto de los triunfos de Ilich.
Cuando Trotsky hablo para despedir al amigo y revolucionario dijo “Yoffe nos dejó, no porque no deseara luchar sino porque carecía de la fuerza física necesaria para la lucha. Temió convertirse en una carga para quienes están enfrascados en el combate. Su vida no su suicidio, debe servir de modelo a quienes quedan tras él. La lucha continúa. ¡que todos permanezcan es su puesto!