Los golpistas parecían tener, aparentemente, controlada la situación interna de Honduras bajo control, y se mostraban duros en aceptar la vuelta de Zelaya a su cargo. Sin embargo, resulta difícil pensar que, aislado internacionalmente y sin reconocimiento de ninguna potencia y organismo internacional o de los principales países de la región, el gobierno surgido del golpe pueda consolidarse y mantenerse.
Y esa crisis "en las alturas" comienza a tener un doble efecto. Por un lado, comienza a haber sectores burgueses hondureños que ya critican esta dureza del nuevo gobierno y llaman a aceptar las propuestas de la ONU o la OEA para negociar.
Por el otro, abre las grietas para un salto en la movilización popular. Corresponsales de la resistencia popular nos informan en una carta sobre la movilización del domingo 5 de julio que: "Han habido las movilizaciones más gigantescas de la historia de Honduras. Ayer hubo alrededor de 100 mil personas y hoy un numero mayor. Ambas muy combativas. En ese sentido, la movilización callejera está llegando a su cima. El ejercito respondió con bala viva al intento de las masas de tomarse el aeropuerto al momento de la llegada del Presidente, con el saldo de dos muertos. Sin embargo, esta lucha callejera tiene una limitación y es que el mismo Mel Zelaya, a través de enlaces radiales, se encarga de echarle baldes de agua fría para conservar su carácter pacífico y de no confrontación". En otras palabras, comienza a abrirse la posibilidad de que el golpe sea derrotado por la movilización de masas y sus acciones.
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